tinta y pluma pa volar

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jueves, 12 de febrero de 2015

El gesto.

En las postrimerías del hecho se vislumbra el motivo o, al menos, así lo cree uno.
En la retrospectiva el mensaje se capta mejor que en el presente, las cosas ganan nitidez y en ese espejismo de clarividencia uno se purga del bien y del mal. Se postula objetivamente en el centro de uno mismo para juzgar imparcial lo que tuvo lugar. Esa pretensión de objetividad no es otra cosa que el engaño hacia uno mismo, que tanto nos complace por movernos dentro de márgenes maniqueos.
Mientras tanto, a lo lejos, suena una música como sugiriendo que  lo único que ansía un acorde es la armonía con sus pares, y en el afán por conseguir dicho objetivo, la composición se torna magistral.
Es lo imperecedero de la creatividad, de lo nuevo e impredecible,
lo aleatorio que desestabiliza por no haber sido engendrado con el fin con el que se comparece ante nosotros. Sublime la sorpresa que se manifiesta superior al plan en sus múltiples facetas.
Y pienso que deberíamos darle lugar al gesto más que a la palabra. Porque el gesto es libre y la palabra encierra, el gesto no tiene ni una ni dos acepciones, sino tantas interpretaciones como intérpretes hay en el mundo. La palabra, en cambio, contempla solo unas pares de definiciones que cercenan la capacidad de fantasear, es como si con las palabras cortáramos las alas de nuestra imaginación. Con las palabras empezamos oraciones y las terminamos. La palabra tiene la ilusión de hacernos creer que con ella hacemos del Universo un lugar imperecedero ¿Pero las palabras inmortalizan?
 Es la paradoja del lenguaje, que nos libera de la opresión de la incomunicación, y nosotros rompemos las cadenas, glorificándonos en ese acto de que hemos encontrado por fin la forma de elevarnos al pedestal máximo de la civilización, a tal punto, que perdemos la consciencia de nuestra animalidad. Pero, a su vez, es la palabra misma la que nos lleva a ser prisioneros en nuestra propia celda.
Una vez más, los extremos que se tocan, libertad y recato se unen cerrando un mismo círculo.
La prisión es creada por y para el hombre. Y es también por eso que el silencio es el más sabio de los sonidos cuando se lo evoca en el momento indicado, porque da lugar al descifre desde lo particular, desde lo ínfimo y más propio del ser, invitándonos a lo lúdico e involucrándonos en un juego ambivalente que por momentos toma el formato de batalla.
Así, no hay nada más alejado del universalismo de las palabras que el gesto.
Tal vez, sea por eso que me gustan tanto los gestos, porque no contienen interpretaciones ni sub-interpretaciones, al gesto puedo jugarlo como quiero. Las reglas de mis gestos corren por cuenta mía. En mi gesto se borran las barreras morales entre lo correcto y lo incorrecto, lo sádico y lo inocente, lo normal y lo anormal.
Pero como última y más importante advertencia es preciso no olvidar en ningún momento que al gesto se lo debe mantener en cautiverio las más de las veces, para lanzarlo con fuerza en el momento apropiado. Arma sutil y elegante el gesto,
"si usted quiere ganar esta guerra es mejor que lleve, junto al arco y la flecha,
un arsenal de gestos." dijo y se rió de mi
del mundo entero.


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