tinta y pluma pa volar

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viernes, 19 de septiembre de 2014

Estar presente.

Me desperté con una certeza. Una certeza que en este mundo desprovisto de seguridades, es un refugio, es una mano que te sostiene, un amor que te empuja. La certeza de seguir avanzando hasta encontrar la línea correcta, o al menos para mí.

Buscarme.

La búsqueda es constante. La búsqueda es como una bicicleta que ha perdido los frenos, la búsqueda se detiene sólo cuando nos morimos. Y la vida es una búsqueda, es pura posibilidad, es incertidumbre. Y la única verdad que arrastramos en esa búsqueda es la duda constante, casi agobiante, que presiona hacia abajo con sus preguntas a martillazos que quieren clavarnos más hondo la idea de la pregunta... Pero al fin y al cabo esa misma duda es la certeza más preciosa. La certeza de estar vivos. La certeza de estar buscando, de que todavía no me morí.

Estar presente y ser consciente del ahora, que no es sinónimo de la anulación del deseo.
Proyectarnos es inevitable, pero proyectarnos en el presente más inmediato es más saludable que inventarnos una proyección al futuro a largo plazo. Me di cuenta de que quiero evitar el dulce espejismo de verme reflejada en un otro para encontrarme. Mi búsqueda no es encontrarme en otro, no señor.
Aprendí que los sueños se vuelven chicles que nos mantienen sujetados sin dejarnos ser, cuando se vuelven la razón última de nuestros actos. Entonces, en ese preciso instante, puedo reconocer que un sueño en vez de proveerme de alas, me las corta, me paraliza, me detiene, me mantiene en el piso, en la cadena quejumbrosa de la obstinación, en la nula obsesión que tan poco creativos nos vuelve.
El deseo hecho obsesión nos anula como individuos. Es así.

Y ahora que sé lo que no quiero voy en búsqueda de lo sublime. Sé lo que busco pero tengo muy en claro que puedo vivir sin encontrarlo. Es tan solo un anhelo, una sonrisa que me motiva esporádicamente.
Creí que encontré una vez lo sublime en el amor. Creí que lo encontré por segunda vez también en el amor. Pero no... lo único que encontré fue una razón por la que relajarme en mi búsqueda y saber que quería morir por mi obsesión. Como si dijera "listo, ya está, ahora me siento menos culpable por dejarme morir" Y por qué morirme como un útero? Yo no quiero vivir midiéndome con las miradas que ven a mi cuerpo como un sinónimo de reproducción. Yo soy mucho más que eso.

Yo quiero ser otra mujer.
En mi búsqueda me construyo, y me proyecto primero conmigo misma y después con otros.
Estos días estuve pensando ¿qué mujer quiero ser? Yo me construyo y por más que hay días en los que mi libertad se me vuelve insoportable, sé que puedo elegir. Y es la capacidad de elegir la que me da miedo.
 Estoy grande. Creo que debe ser eso lo que me aterra y me desespera: antes tenía otros que elegían por mí. Me libraban de mi responsabilidad frente a la vida. Me libraban de mi existencialismo. Darme cuenta de que soy Yo con mayúscula, de que estoy siendo a cada momento, eso es lo que ahora tengo que asumir. A veces me parece que esa es la línea divisoria entre un adulto y un adolescente. No se trata de la edad que figura en el documento, ni de tener barba o pechos. Se trata, más bien, de la realización y de la toma de conciencia de que somos nosotros los que hacemos nuestro destino. Y todo ese peso que recae en nosotros en forma de responsabilidad nos llena de miedos. Y la incertidumbre de las elecciones se combina con la realidad del desamparo. Un cocktail que nos lleva al llanto.

Quiero dejar de ser la medida de todas las cosas, pero soy persona y eso es imposible, porque no puedo dejar de tomarme como referencia. No puedo evitar ponerme en el centro. Lo único que se puede hacer es juzgar menos y confiar más en lo que siento. Y yo, lo elijo, lo persevero. No quiero mantenerme cerrada a la vida.
Una vez me dijeron que tener los brazos cruzados era una postura hacia la vida. Y es cierto.

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