tinta y pluma pa volar

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viernes, 19 de septiembre de 2014

Creer en la creencia.

El equilibrio de las percepciones es de lo más insostenible que el hombre ha tenido que mantener intacto, por su bien y por el de la humanidad. Lo justo está en el medio. Ni tan tan, ni muy muy.
Y hoy el Universo es cuadrado, cuasi mitológico. Ha habido una regresión cósmica porque el mundo está al punto del abismo ¡Nos vamos a caer de la Tierra! Desde el precipicio izquierdo me sostengo de la galaxia frenética y mientras espero, veo con mi ojo de cíclope la forma en que los principios newtonianos se hacen un bollo para luego ser arrojados a la basura. Entonces hace su entrada triunfal la teoría copérnica, despotricando alaridos de vanidad, con el afán de instalarse en nuestras vidas, de apoderarse de nuestras mentes: hombres se encuentran atiborrados de mujeres, y mujeres atiborradas de hombres. Flotamos los unos alrededor de los otros, nos mordemos el labio y exhalamos un rugido disfrazado de suspiro.
Un verdadero intercambio recíproco de personas que se circundan las unas a las otras. Y las experiencias se suceden dando lugar a un desarrollo histórico-genético. 
Entra un jugador a la cancha y sale el otro para postrarse en el banco de suplentes. La espera de la eternidad que siempre llega tarde. La eternidad cuya pila del reloj falla matemáticamente cada vez que la necesitamos. Sale de la cancha un hombre para pasar a habitar un planeta inmemorial, ese que se cobija en el recuerdo.
En el intercambio los fragmentos son alterables, podemos componerlos y descomponerlos como en un rompecabezas. Todo se vale en este juego, la inversión es parte de la dinámica de lo absurdo, de lo lúdico. Tenemos el pleno control de la imagen. Ya no hay esencias ni inmutabilidades: todo puede ser cambiado en esta fiesta. Es la frivolidad hecha dogma, hecha ética de santos, una verdadera moral posmoderna. Los sentimientos se congelan y el individualismo se manifiesta en su apogeo. Es el auge del Yo, del I, ME, MINE: son los derechos inalienables del hombre ilustrado. Tiro pero no cedo. Empujo pero no interfiero en la caída, me desentiendo como un actor de su personalidad cotidiana.
En la historia de las revoluciones nunca ha habido tal trastoque de valores como en la era actual, leí en un libro y lo creí.
De lo común a lo privado, nos retrotraemos como un boomerang que no va, que sólo vuelve. No culpemos al perro que no sabe como volver, aunque sepa cómo alejarse. Seamos piadosos pero castiguemos al animal sin remordimientos porque, aquí, se ha infringido una regla.
La esfera propia, la íntima es la que prevalece. No hay lugar para dar sin recibir. Se trata de reciprocidad, ¿no lo ves? ¿acaso sos tonto? ¿qué has hecho con tu razón pequeño retrógrado?
No sientas culpa porque el otro pase a ser un efecto secundario del desborde humano. Una mano invisible que nos hace bien a todos, que actúa por colateralidad y nos libra de la responsabilidad. Tengo lo propio y quiero lo ajeno. No se puede con ese deseo que empuja a lo lascivo, al pecado de querer y no poder.
Nos desesperamos por probar un poco de la miel que anida otra abeja en un panal que no es el nuestro. Y por esa miel no hay nada que no haríamos. Queremos y queremos, probamos y nos ahogamos en la dulzura por un placer efímero. Le creemos a una abeja reina que nos promete perpetuar su dinastía con nuestra miel. Un bombón de dos capas simultáneas: la miel y, un poquito más abajo, la amargura. Nos obnubilamos y nos identificamos con el juramento y la promesa. Nos volvemos una frase, un conjunto no aleatorio de letras haciéndose pasar por palabra.
Creemos en la creencia.
Queremos creer en esa creencia
¿Podemos creer en esa creencia?

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