tinta y pluma pa volar

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miércoles, 14 de mayo de 2014

Monstruoso.

Irse. Como el eco escurridizo entre las montañas, escaparse de nadie como el agua que avasalla los márgenes de un río. El indómito río es caudaloso y la natura ignomiosa se vuelve sátira con sus pasiones irracionales. El río, como el viento desde la montaña, arrastra en su vorágine, corrompe siempre hacia adelante y nunca hacia atrás.
Es por eso que detesto lo indomable, lo complejo, lo indescifrable. El hecho de ir en una dirección y no saber por qué.
Se buscan las causas para explicar las consecuencias, y se quieren explicar las consecuencias cuando se sufren como la transgresión a la regla, como la dualidad de la ambigüedad que confunde y a la vez seduce. Esa línea infinitesimal, ese limbo permanente entre el ser y el deber ser.
El desafío se vuelve misterio y la seducción un arma que se clava en su revés en el propio cuerpo haciéndolo sangrar de suspiros que se pierden como el aire de un globo pinchado.
Es como la mancha en la servilleta que absorbe irremediablemente la tinta que se volcó de un descuido y sin pedirnos permiso, así como la servilleta, un corazón también queda perplejamente inutilizable y es mejor tirarlo a la basura antes que reciclarlo.
Lo que supera al hombre se vuelve su enemigo para un tonto y su aliado para un estratega. Es cuestión de saber mover las fichas del tablero para impugnar la táctica del adversario de un sólo movimiento. No es cuestión de cambiar el lente, si no de moverse y cambiar de perspectiva. No basta con un lenguaje interno si no hay concordancia con el lenguaje externo. No importa caerse si no hay piso que nos ataje.
A y B no sirven a la ecuación si no sabemos sus valores.
Y cuando no se sabe, es mejor seguir con otra cosa. Como una computadora que se queda boba, el mejor remedio es formatear la memoria y borrar las huellas digitales de la monstruosa sombra a la que nunca le vi la cara.

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