tinta y pluma pa volar

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miércoles, 5 de marzo de 2014

Sueños.

Tomo un libro, tomo todas las hojas de mi jardín,
con la certeza de que en sus hojas se condensa la historia de mi vida.
Con mi mano derecha, como una secuencia naturalizada que se interiorizó en mi rutina de insomnio,
tomo un sorbo del agua ya no tan fría que quedaba en el vaso de la noche anterior.
Es el vaso del desvelo, el vaso que uno pone sobre su mesita de luz por si le agarran ganas de un buche en mitad del sueño.

Últimamente sueño cosas que no tienen ni pie ni cabeza,
sueño que soy parte de un ejército de ballonetas que se erigen fusil contra fusil en medio de una muchedumbre no tan desorganizada.
No oigo los disparos, tampoco veo fuego; pero sé que estoy ahí.
Me figuro en las tinieblas de un sueño profundo y estrepitoso.
Un Yo con pelo largo que crece más lento que la música,
y la música huye despavorida del recinto que me acoge.

Y por la mañana, cuando me despierto, siento la falta de inspiración,
encarnada en una mariposa de primavera que se posa sobre el vidrio de mi ventana como pidiéndome con las alas querer entrar. No obstante, no abro la ventana, tengo miedo pero saco la cámara de fotos para capturar el instante con la ingenuidad y la esperanza aniñada de capturar, a su vez, la inspiración que tanto me falta por estos días.
Hago foco, pero es un insecto tan chiquito que se pierde en mi objetivo.
Me frustro.

Y de repente tengo ganas de leer.
Otra vez,
me vuelvo a tropezar con el sueño de una noche anticipada.
Y caigo rendida a los pies del bostezo que anticipa la muerte desprolija de mi cuerpo sobre una cama.

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