tinta y pluma pa volar

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miércoles, 15 de mayo de 2013

Oh L'amour.

Yo le digo No a la institucionalización del amor. Cacheteo a esa corriente, le doy la espalda.
Yo pinto carteles en su repudio y hago sonar
 en su contra las cacerolas que tengo guardadas en mi cocina. 
Yo confecciono panfletos y los reparto por las calles atiborradas de sustancias animales animadas y racionales.
Yo hago esto como si fuera parte del arte, como si fuese un tributo hacia la construcción de la auto-consciencia de la humanidad.
Soy una mujer incapaz de someterse y prestar obediencia al bochornoso suicidio en masa del que hoy es víctima el sentimiento en nombre del cual a lo largo de la historia se han hecho las más maravillosas hazañas: el amor. 
Porque el amor pertenece a la esfera de lo irracional. 
Pertenece a aquella dimensión mágica como lo es el acontecer de una aurora austral.

El amor es el mecanismo secreto del cual no nos hemos de enterar jamás de su funcionamiento. Es un secreto de Estado. Es clandestino, es prohibido, desafiante. Son las redes que tejen la telaraña del mundo.
Puede ser una angustiosa libertad o una dulce prisión.
Porque cuando cae en las redes de la cotidianeidad, se racionaliza, se vuelve predecible y probable. Como una empresa o una ciencia que requiere administración continua.
Es entonces, cuando deja de ser esa inocua masa amorfa y comienza a adquirir visualmente una figura, leyes y teorías determinantes, como la oferta y la demanda.
Cuando abandona el carácter mítico, todo en su plano parece explicable. Se torna aburrido. Se vuelve mera obligación rutinaria. Abandona la esfera de la fantasía. Y así es como, desprovisto de imaginación, termina uno besándose con su amado en el recreo, cuando se levanta temprano por la mañana o mientras espera un colectivo.
Ante los ojos del Universo entero y ante los ojos de nadie.

Porque el amor cuando se instituye con reglas, se burocratiza.
Se vuelve una mercancía más. Se vuelve manipulable y dócil.
A tal punto que parece somos capaces de aprisionarlo en nuestras manos, como si fuese éste uno más de esos juguetes antiguos de los no podemos (ni queremos) desprendernos por el simple hecho de que antaño pertenecían a una época de infancia despreocupada, de felicidad indiscutida y permanente.
Nuestra naturaleza es cobarde y despiadadamente nostálgica
.

Entonces simplemente no sepamos por qué somos adictos al amor. No sepamos tampoco de dónde viene su receta ni su ingrediente especial. Ése mismo que lo hace tan exquisito al paladar.
Simplemente consumámoslo como a un chocolate, sin perder el delicioso miedo de que algún día se acabe.

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