Ella llevaba un libro de García Márquez. Él, uno de Juan Villoro.
Él miró de reojo el libro de ella, y le gustó. Ella miró de frente el libro de él, y le gustó. Media estación después, él puso su zapatilla junto al zapato de ella, tocándolo por la punta. Ella no movió el pie. Y un calor determinante empezó a fluir desde el dedo del pie hasta las manos, desde las manos hasta los libros y desde los libros hasta el aliento. Si un sobresalto lo hacía separar el pie, lo devolvía de inmediato a su posición deseada.
Así anduvieron los lectores: los ojos clavados en el papel, el pie clavado en el piso, seis estaciones completas, con un romance de solapas y sin verse nunca el rostro.
Ella llevaba zapatos rojos. Él, zapatillas negras.
Entraron apenas se abrieron las puertas. Ella se sentó, él quedó de pie frente a ella.
Entraron apenas se abrieron las puertas. Ella se sentó, él quedó de pie frente a ella.
Él miró de reojo el libro de ella, y le gustó. Ella miró de frente el libro de él, y le gustó. Media estación después, él puso su zapatilla junto al zapato de ella, tocándolo por la punta. Ella no movió el pie. Y un calor determinante empezó a fluir desde el dedo del pie hasta las manos, desde las manos hasta los libros y desde los libros hasta el aliento. Si un sobresalto lo hacía separar el pie, lo devolvía de inmediato a su posición deseada.
Así anduvieron los lectores: los ojos clavados en el papel, el pie clavado en el piso, seis estaciones completas, con un romance de solapas y sin verse nunca el rostro.
Ésto es lindo.
ResponderEliminarÉsto es la vida misma.