tinta y pluma pa volar

tinta y pluma pa volar

viernes, 4 de noviembre de 2016

Levanto la persiana. Abro la ventana para tomar aire e inspirarme, es mi primer contacto con la luz después de una noche densa
que se escurrió inhlanado y exhalando humos
y sensaciones que ya no me pertenecen.
Ayer sentí que las noches son dúctiles, como de plastilina, se estiran para alargarse y quebrarse en partes. Pero hoy ya las siento fugaces. Las noches son como la edad, pienso.
Son las diez.
Cada nuevo sol es un fragmento de un pedazo de mi historia que se alumbra a cada mañana.
El café con leche y mucho azúcar, la galletita que siempre se me rompe, siempre se me parte en dos. La ya conocida imagen de la mitad de la galletita flotando dentro de la taza. Mi lucha constante por agarrarla con la cuchara antes de que se desmigaje, de empujarla hacia el borde y alzarla hasta la salida del pozo que parece un tazón. Tratando de correr a contralej para que no se deposite en el fondo. Ese hecho catastófico es lo único que puede llegar a amargarme el día.
Aprendí que cuando las cosas que pesan es mejor dejarlas en un rincón y no cargarlas
cuantas menos cosas lleves en la mochila, mejor. Cuando viajás intentás hacer eso al menos, pero en el camino cotidiano es también una gran estrategia.
Menos arrugas, menos curvas en la espalda y más liviandad
es mejor, dejar lugares huecos, vacíos inmensos incluso antes que llenarlos de cosas incorpóreas
porque todo eso que no tiene volúmen, es efímero y está condenado a desaparecer, está obligado a perecer de una muerte súbita.
Tomo un sorbo y se me viene una imagen y un pensamiento a la cabeza y de pronto, tengo una certeza
prefiero un jardín por plantar a un ramo de flores marchitas.
Revuelvo el café porque hay azúcar que todavía no se disolvió y cuando me lo termine lo voy a odiar al verlo apelotonado como una montañita y recién ahí voy a entender por qué sentí que no alcanzaron esas 3 cucharadotas.
Este tiempo aprendí a escuchar y a escucharme, a descentrarme. Me volví un electrón y ahora orbito, deambulo y reconozco que no soy ni tan especial ni tan descomunal a no ser por mi nombre.
Soy una entre muchas. Tengo rulos, como muchos y muchas.
 Tengo sangre y huesos rotos dentro mío, arrastre de una tragedia que me vuelve humana. Y ahí estoy, paso mi tiempo. Reconstituyéndome, reparándome
porque las cosas si están vivas se curan, todo lo que se mueve está vivo, mutando y quien se resiste al cambio fracasa de antemano porque se fabrica él mismo las celdas de una cárcel que no existe.

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