tinta y pluma pa volar

tinta y pluma pa volar

viernes, 27 de mayo de 2016

Simulando una línea recta,
su médula ósea se estira como un árbol que, entre risas, alcanza el mundo celeste.
Forma parte del orden divino hacerse alto por la fuerza y afanar aunque sea una mísera estrella del cosmos resplandeciente.
En su columna, habla modulando tibiamente el secreto de cada uno de sus huesos.
Bailan uno tras el otro,
persiguiéndose pero nunca alcanzándose,
 jugando eternamente a la guerra y a la paz,
intermitentemente,
prendiéndose fuego después,
 estrechándose las manos, lamiéndose los párpados con la lengua ajena.
En esa guerra, uno persigue al otro en el juego de nunca acabar,
y se pierde pero de vez en cuando,
 también se gana algo de paz,
 para echarse una carcajada en el ojo impropio después.
Hay entonces alguien que se percata y desvela por la esa luz intermitente
y en esa paz interina, se acorralan los huesos y lo atrapan hasta volverse halo lunar.
Porque cada equinoccio es una ventana a medio abrir,
dispuesta a resquebrajar en un vaso de cerveza
toda la culpa
 y toda la pulpa del amor.
Y así, se pasa el rato en una mesa de un bar del cuarto continente conquistado, consumiendo maní exageradamente, bebiendo entre sí desmesuradamente, entre silencios,
momentos consumados en un brindis virtual ¡Llega el otoño!
mientras el Dios creador abraza todo el relicario de huesos que no es otra cosa que
el tiempo vivido
 en cada mesa
de cada bar
entre cada maní cosechado
del quinto continente.

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