tinta y pluma pa volar

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lunes, 17 de noviembre de 2014

Verborragia mental.

El vacío estructural es aquello que sostiene lo que está por encima del vacío.
Es cuasi paradójico que pretendamos que algo no se caiga, si los cimientos están hechos a base de plumas. Y uno, a pesar de todo, lo intenta.
Lo fragmentario y lo superficial, lo frívolo y lo masivo, desconocen todo lo exceda al brillo de lo llamativo, a la impetuosidad del ahora. Es la imposibilidad de un futuro seguro lo que hace que amemos a la exaltación de la novedad. La respectiva curiosidad, que tan poco tiene de natural, es lo artificial que cobija cada uno de nuestros poros y nos hunde en un mar de inciertos.
Te sonríe y detrás de esa sonrisa hay millones de no-dichos, de silencios oscuros que carecen de pragmatismo. Silencios que están y uno no sabe por qué. Silencios no-funcionales que ocupan espacio inútilmente.
Asociar el vacío a la nada es un lugar común. Lo difícil es saber cómo es que en el vacío pueden caber tantas cosas amorfas e indescriptiblemente pesadas hasta el punto de que tal contradicción nos hace dudar constantemente de su existencia. Dudamos de ellas por incorpóreas. No las visualizamos y damos por sentado que deben ser producto de nuestra neurosis.
¿Pero cómo construye su realidad un ciego, un sordo?
En el hueco virtual se esconde lo que se refugia en lo más profundo y recóndito del ser: es la nada, otra vez, que no se corresponde con ningún término de nuestro lenguaje desidencial.
La nada es el impulso que nos convoca cada día a hacer un esfuerzo por descifrar lo indescifrable. Es un acertijo permanente, cuya solución no encontramos en el reverso del juego de un crucigrama. Tal vez la nada sea lo propio, tal vez nosotros no seamos nada y tal vez, por eso mismo, sólo podamos ponerle etiquetas y nombres a lo ajeno, a lo otro. La necesidad de amalgamar lo más disímil en un mismo concepto, como cuando guardamos en un tapper muchos restos inconexos de sobras de comida.
Siempre marcando una distancia insoslayable entre el nosotros y el ellos: una segunda persona del plural que se separa, a partir de una brecha dimensionalmente inconcebible, de la tercera persona del plural. Tan cerca y tan lejos simultáneamente la segunda y la tercera ¡Las personas sí que son paradójicas!
Es que el otro es el único parámetro posible, lo único real, porque lo otro es lo que se percibe, es lo tangible y lo absoluto, aquello a lo que puedo ponerle un límite. El otro es una especie de valor aproximado trazado desde un parámetro unilateral: el mío.
Será que no es otra cosa que el debilitamiento de la certeza lo que nos lleva a buscar en lo otro lo que dudamos de que exista en lo propio. La lucha por compartir algo que no es nuestro. Porque el concepto de propiedad no puede manifestarse si no es en lo otro. Por eso es que la diferencia se erige sólo si hay un otro del cual diferenciarse porque yo soy mía, y no hay cárcel por fuera de mi cuerpo. Y todo lo que me supera no es otra cosa que libertad ¿Es el otro, entonces, libertad?
Cuando se llega a un estado de cosas semejante, el límite se torna difuso, híbrido; y la verborragia del pensamiento no hace más que acelerar el proceso catárquico de la desesperación parida con el único afán de hallar una respuesta.

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