tinta y pluma pa volar

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lunes, 22 de septiembre de 2014

La escritura.

La escritura se ha tornado mi fiel amiga, ella no me juzga y tal vez sea por eso que me sienta tan cómoda. La creo a cada instante, a mi gusto. Y es maravilloso saber que nadie me dicta de qué manera operar; quizá sea el único campo en mi vida en el que monopolizo el control. La soberanía fragmentaria de los miembros de mi físico se concentran en mis manos, ahora cualquier desplazamiento ha de ser fiscalizado por mis manos. Circulan ellas, y luego, me muevo yo. Algo así como en una partida de ajedrez, respetamos nuestros respectivos turnos y es magnífico ver que cada día brota una forma distinta de jugar el mismo juego.
Mis yemas se entrenan a cada frase, mis dedos se mueven a la par de mis pensamientos.
Es un baile entre las palabras y yo. Las miro fijo y las saco a bailar, y en esa danza nos trasladamos a la par. Como en un valls. Ella me toma por sorpresa y yo me dejo sorprender, le digo que sí moviendo la carita hacia un costado porque ya no existe lugar alguno para el recelo; ahora cada parte de mi encuentra su tonalidad exacta.
Así, la hechura me regocija en el espectro oscuro de mi ser, y en ese recoveco hay espacio para una grieta que segrega un entusiasta vigor. Me seduce y, finalmente, me persuade de seguirle el juego.
No es otra cosa que la vitalidad que expulsan mis manos cada día: transforma paralelamente mi forma de habitar el universo y yo lo transformo a él. Nos moldeamos mutuamente porque no soy otra cosa que el desarrollo de su propio movimiento.

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