tinta y pluma pa volar

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domingo, 21 de septiembre de 2014

Ciclos.

Se esfuman las flores marchitas para dar origen a un nuevo comienzo. Cambian de color antes de abandonar su nido, cambian de forma antes de desprenderse y una vez que lo hacen, los pétalos que caen con un halo de tristeza de su madre flor, se posan en el piso con dulzura y hasta delicadeza pero con la convicción de que un amor se posará en sus ramas queridas.
Las hojas se van con una tierna calidez, para dejar un lugar disponible para que las ramas de la madre que los cobijó hasta que fueron rojas las hojas puedan albergar otro ser.
Dejar un espacio.
Y los pétalos que vendrán son un ciclo que se abre hacia el final del comienzo. Y, sin embargo, no podrían haber nacido antes. Cada ciclo tiene sus tiempos y la inexorabilidad no sabe de caprichos porque no contempla excepciones.
Así, esta primavera, las hojas rojas se marcharon como cada solsticio. Inevitable es que la tierra gire alrededor del sol, e inevitable también es la caída de las hojas en invierno.
Algo se va y deja un espacio, el espacio es ausencia
pero esa ausencia duele.
Porque la nada duele más que el todo.
Pero, si tenemos suerte,
con el tiempo esa ausencia se dilata y se va cerrando. Se vuelve más etérea, toma otra forma...
Y las hojas rojas vuelven a caerse y el ciclo se repite.

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