tinta y pluma pa volar

tinta y pluma pa volar

miércoles, 2 de abril de 2014

Yo prefiero la praxis aristotélica del realismo, antes del idealismo platónico. Ha de ser, más bien, una cuestión de preferencias y afinidad.
Aferrarse a lo utópico es ponerse una piedra en el camino, es sesgar la posibilidad de la praxis y estancarse. Aunque a veces creamos que necesitamos una meta lejana, lo irreal frustra porque se tiene la sensación de que la meta no se avecina a medida que pasa el tiempo. Lo ideal es un hecho social total que funciona mediante un mecanismo condicionante a la "libertad" de nuestra mente. Es aberrantemente totalizador. Por eso es mejor trazarse objetivos cortos y posibles, aunque se corra el riesgo de rozar el límite de lo frívolo y lo inútil. Es la era del posmodernismo, vivimos en ella. ¿Por qué negarla? Si la historia misma se encarga del curso del devenir, aunque como personas creamos que tengamos el poder del cambio, nuestras acciones no son esa suerte de todopoderoso como a menudo las concebimos. El sinsentido forma parte constitutiva de nuestra ser y nos atraviesa en todos nuestros recovecos cotidianos. ¿Por qué me fumo un cigarro? ¿Con qué fin miro la televisión? La teleología ya caducó y no sirve para explicarnos la rutina y mucho menos nuestra propia coherencia interna.
No caigamos en la torpeza del rechazo del presente y en la reconstrucción de un pasado idílico que se jacta de haber sido mejor. Nosotros, seres empíricos, objetivos y metodológicamente estrictos, no tenemos pruebas rotundas y certezas más que unos cuantos escritos para probar la superioridad del pasado. Por qué confiamos en las palabras de siglos anteriores? Por qué asimilamos un bagage de toneladas de saberes y los adoptamos como verídicos?
Sí, el tiempo todo lo corrompe; y lo humano es degeneración de lo perfecto, entonces las teorías también se corrompen junto con las personas. ¿Eso quiere decir que cuanto más pasa el tiempo más avanzamos, pero no hacia adelante, sino retrocediendo?  Porque el humano es la degeneración de las ideas, es lo carnal y su antítesis es lo abstracto y amorfo. No es positivista ni mucho menos mi postura, no es que crea en el desarrollo unilineal de la historia. La historia es una disputa en permanente idas y venidas.
Nuestras formas son definidas y es mejor la aceptación y la construcción positiva, a la obsecuencia del capricho. Si somos humanos, vivimos en una caverna de sombras y de engaños, pero sólo si tenemos conciencia de que más allá ha de haber un prístimo Universo límpido y absoluto adoptaremos la postura platónica de encerrarnos a escribir y criticar todas las instituciones de nuestra era, desconectandonos de ellas como un aparato se desconecta de su enchufe. Y es justamente el hecho de negarnos como humanos corruptos  lo que nos impulsa a querer lo imposible y a encolerizarnos con el presente. Esa falsa ambición por la esencia de las cosas, por lo bueno en su estado puro, es una vil mentira que nos hemos tragado de lleno como en un sanguche de milanesa. Lo malo es un juicio y de dos cosas malas puede sacarse algo mejor.
 Lo inteligible se consigue mediante el uso de la razón, pero la razón enrosca y lleva paulatinamente hacia la senda de la esquizofrenia. No menos cierto es que lo sensible está mediatizado por nuestros ojos. Volver al cuestionamiento permanente no es sano. Es preferible una postura intermedia para no caer en las redes tumultuosas de la locura. Para qué hemos de preguntarnos cosas, si de todas maneras, las respuestas que consigamos van a responder a un paradigma específico y de esto se desprende que la neutralidad no existe, ser objetivo, pensar en frío, son todas frases vacías que no tienen su correspondiencia en la realidad física y temporal de la que somos parte. NADIE pero NADIE puede escapar a los vicios del egoísmo. Es que no logramos alcanzar el justo medio. Es que reprimimos nuestra condición natural, aunque de natural no tengamos nada.
¿Es preferible no preguntarse nada?

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