Uno es lo que es, porque no es lo que no es. Tan fácil es como el ponendo ponens.
Por definición, somos lo que somos porque no somos lo que no somos.
Tomémoslo como premisa para una futura revolución copernicana: uno se forma por oposición y asociación.
No quiero ser como vos. Me gustaría ser como vos, como él. Quiero ser alguien.
Y nos olvidamos que ese alguien ya está dado, que nos ahorramos el trabajo de formarnos autónomamente, independientemente. Entre tanto relativisimo, nos olvidamos que no somos la especulación de nadie.
Muy grande es el error de ignorar todo lo que nos ha antecedido, o más grande es aún incorporar lo dado como Verdad Absoluta, como paradigma, como incuestionable. Hemos perdido generación tras generación esa tela de juicio, esa capacidad socrática, esa bendita mayéutica.
En nuestro altar nos creemos los únicos, los pioneros, los fantásticos creadores y trascendentales hombres, los que quiebran límites inimaginables. Sólo nacimos y caminamos sin tropezar.
Nuestro problema social radica en la dimensión de nuestro ego. Muy lejos de lo que nos trastoca esa mentirosa ilusión y de lo que quiere hacernos creer, jamás innovamos con lo que hacemos, no somos los precursores de nada. Más triste aún es tener la certeza de que somos prolongación, continuidad, inmutabilidad.
La historia ya está escrita, somos un punto efímero en una línea infinita.
Por definición, somos lo que somos porque no somos lo que no somos.
Tomémoslo como premisa para una futura revolución copernicana: uno se forma por oposición y asociación.
No quiero ser como vos. Me gustaría ser como vos, como él. Quiero ser alguien.
Y nos olvidamos que ese alguien ya está dado, que nos ahorramos el trabajo de formarnos autónomamente, independientemente. Entre tanto relativisimo, nos olvidamos que no somos la especulación de nadie.
Muy grande es el error de ignorar todo lo que nos ha antecedido, o más grande es aún incorporar lo dado como Verdad Absoluta, como paradigma, como incuestionable. Hemos perdido generación tras generación esa tela de juicio, esa capacidad socrática, esa bendita mayéutica.
En nuestro altar nos creemos los únicos, los pioneros, los fantásticos creadores y trascendentales hombres, los que quiebran límites inimaginables. Sólo nacimos y caminamos sin tropezar.
Nuestro problema social radica en la dimensión de nuestro ego. Muy lejos de lo que nos trastoca esa mentirosa ilusión y de lo que quiere hacernos creer, jamás innovamos con lo que hacemos, no somos los precursores de nada. Más triste aún es tener la certeza de que somos prolongación, continuidad, inmutabilidad.
La historia ya está escrita, somos un punto efímero en una línea infinita.
Entendámoslo de una vez y para siempre que sólo somos un reflejo mutilado de la hazaña estrepitosa de un otro sin duda más grande.
Un adverso y un transverso al carbónico de ese ser más genial que vivió en una época disímil y arcaica a la nuestra. Me pregunto por qué la gente estudia tanto y reflexiona tan poco.
La clave para desprenderse de la mediocridad es simplemente saber que aplicamos principios económicos en la administración de las ideas, que no son más que recursos escasos, mientras nosotros, los seres humanos inmersos en la refinabilidad y amplitud de la procreación ciega y desquiciada, nos topamos con el problema de la racionalización.
Un adverso y un transverso al carbónico de ese ser más genial que vivió en una época disímil y arcaica a la nuestra. Me pregunto por qué la gente estudia tanto y reflexiona tan poco.
La clave para desprenderse de la mediocridad es simplemente saber que aplicamos principios económicos en la administración de las ideas, que no son más que recursos escasos, mientras nosotros, los seres humanos inmersos en la refinabilidad y amplitud de la procreación ciega y desquiciada, nos topamos con el problema de la racionalización.
Me pregunto quién habrá sido el genio que inventó el sistema...
Mijail Bajtín
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