tinta y pluma pa volar

tinta y pluma pa volar

miércoles, 17 de julio de 2013

Masa

Los rótulos, las etiquetas, las expectativas, lo que esperamos.
Ese esquema mental que tenemos en nuestras cabezas de nosotros mismos y del otro: del padre, la madre, el amigo, el hermano, el novio, la novia ideal.
Lo ideal es tan recóndito, tan imposible, tan poco terrenal. Es absurdo y hasta contradictorio que un mortal quiera lo que es ajeno a su propio plano de caducidad, que aspire a lo abstracto, a lo eterno, a eso que flota en un cielo superior.
Eso mismo es lo que le pone trabas a la alegría individual. Es eso lo que ofusca la libertad colectiva.
Lo que se supone que debiéramos hacer nosotros para los demás y los demás para nosotros. Esos hechos sociales, esos modos de obrar, de pensar y de sentir autónomos que están escritos con anterioridad a nuestra llegada al mundo. Eso que no nos es posible elegir y que sin embargo, es por lo que optamos.

¿Quién dijo que un buen novio tiene que decirte muchas veces te quiero? ¿Quién dijo que una madre cariñosa es la que da muchos abrazos? ¿Quién dijo que el amigo incondicional es el que está siempre?

Cuando una de estas condiciones, cuando uno de estos presupuestos falla y no se cumple, es ahí que cuestionamos al ser real. A esa persona que nació antes que novio, amigo, amiga, padre o madre, nació en condición de ser humano. Único y por ende irrepetible. Ese mismo ser que ahogamos desde que es un recién nacido y que subyacemos vilmente a la voluntad divina de una poderosa máquina de coerción.
¿No es una paradoja que todos hagamos lo mismo en nuestro rol de buen amigo, novio, padre siendo todos seres "distintos"? ¿Por qué, entonces, si somos todos distintos, esperamos, sin embargo, las mismas cosas de la vida? ¿Dónde está ese hilo conductor? ¿Fue construido o por lo contrario es ésto un engaño, y fue otorgado más que obtenido?
Quizás el secreto sea tan sólo aceptar, palabra corta, de sólo 7 letras y a su vez tan difícil de comprender. Comprender desde esa unicidad e irrepetibilidad que es cada uno en tanto genética y moralmente que no hay motivo alguno por el que marchar solos bajo la tutela tácita de una fuerza que nos manipula a todos.
Por algo hay hombres que matan, por algo hay asesinos: porque no tienen la misma representación, idea de lo que es lo bueno y qué es lo malo. Y no hay razón alguna para tenerla y mucho menos para compartirla. Por algo hay novios que golpean. Por algo hay madres que abandonan.
No se malinterprete mi mensaje como una apología o defensa a lo establecido como mezquino, a lo cruel, a lo patológico. Ni mucho menos es lo que pretendo. Lo que pretendo es, simplemente escribir.
Escribir para aclarar, para acomodar el desorden cavilatorio que hay en mis neuronas. Escribir sólo para eso.
Quizás, tal vez, nos esforcemos tanto en cumplir todos esos requisitos para ser aceptados como alguien que no somos. Y por eso, al fin y al cabo, más tarde o más temprano mostramos la hilacha, porque nuestro ser irrepetible, sometido e imposibilitado de aflorar, se hace de una vez por todas presente y manifiesto. Y ahí es cuando llega la desilusión, el fracaso. La tristeza, la decepción de que el otro no actuó como nosotros esperábamos, como nosotros queríamos. Como se supone que debía actuar. Y ahí es cuando ponemos en tela de juicio a un ser que creemos particular, único pero que en realidad no es más que una copia barata de cuantos andan sueltos por cualquier lado.
¿Qué es el egoísmo entonces? ¿Una suerte de respecto hacia el Yo, o un estorbo para el mantenimiento homogéneo y manipulable de las relaciones sociales?
Somos irreductibles, entendámoslo de una vez y para siempre que no somos masa, no somos sociedad, no somos asociación.
Somos algo así como una manada que trata con ahínco de funcionar coordinadamente en contra de su propia naturaleza.

No hay comentarios:

Publicar un comentario