tinta y pluma pa volar

tinta y pluma pa volar

domingo, 16 de diciembre de 2012

Ayer me subí a un colectivo.
1,25 dije y saqué el boleto.
Me senté en uno de esos asientos que están a la derecha, los que son para una 
sola persona, los individuales por los que todo el mundo casi se pelea, porque ahí podés estirar los pies a piacere.
En una parada subió un hombre de medianos veinte años con rulitos castaño claro. Era un vendedor ambulante que promocionaba un "infaltable" set de hilos. Era la primera vez que me querían vender algo semejante: hilos de colores, finos, gruesos; imprescindibles siguiendo su descripción. Los vendía $3 cada conjunto con una adicional simpatía. Sin embargo, mucha gente para mi sorpresa le compró, quizás porque tenía muy buena onda, porque era muy barato o simplemente tal vez porque en el colectivo había un algo especial.
Yo lo seguía con la vista mientras hacía su desfile de compra y venta.
La cuestión es que después de agradecernos y antes de bajarse, como recordando algo que tenía olvidado, nos quiso vender algo más: un sueño.
Para eso nos pidió que cerráramos los ojos 10 segundos y que deseemos que se cumpliera lo que más anheláramos en ese momento. Una vez pasados los 10 segundos, nos auguró un buen viaje y buena suerte.
Entonces fue cuando se bajó, compartiendo una cómplice sonrisa con el chofer a través del espejo retrovisor derecho, dejando una aurora pesadamente impalpable en cada recoveco con la certeza de que todavía existe la magia. 

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