tinta y pluma pa volar

tinta y pluma pa volar

viernes, 20 de julio de 2012

Cuántas veces hablo del tiempo..

Aquí, me reporto desde lo más abstracto de mi mundo, con las ganas en ebullición de escribir, con la mente ahora calma, con la espalda dolida, con el corazón hecho pedazos, con mis ojos acuosos, con mi boca que aún trata con café de quitarse aquellas santas cucharadas de la abuela malévola.
Se torna difícil discernir cuando no hay ninguna luz: la claridad se esfuma y pasa a ser una ficción.
Al menos, queda una llama, una especie de ángel que alumbra el camino, ofuscado y estorbado no más que por uno mismo.
Primero una, después la otra y como si no fuese suficiente una tercera, y luego una cuarta (y hago un freno porque así lo desea mi voluntad, no porque carezca de argumento) Cuando las personas se alejan reiteradamente de uno, vez tras otra, es el momento de asumir que el problema está en uno, no en los demás. Sin embargo, reconocer ésto no es lo dificultoso del asunto.. lo complejo es hallar la salida que nos lleve a buen puerto: hablar. Es muy sencillo desterrar un problema y catalogarlo como resuelto, simplemente haciéndolo a un lado, 
e ignorándolo con indiferencia.
Gran problema del siglo XXI es la comunicación. En una era en la que parece que todo avanza, mejora, progresa; menos la charla, el diálogo, las palabras, que a la inversa, lejos de asimilar y adoptar formas más sanas, honestas y fluidas; se retrae y atrasa de la tecnología que todo lo puede. Toma distancia de todo y no prospera.
¿Por qué es tan complicado comunicarnos entre nosotros? Callar es siempre lo más fácil, no presupone esfuerzo alguno. ¿Qué pasa que nos damos mutuo miedo, que no podemos decirnos las cosas sin que adquieran un carácter agresivo, violento, turbante? ¿Dónde quedó la crítica constructiva? Acá estoy yo, soy un ser humano de piel y hueso que necesita expresarse. Manifestar lo que siente.
Si no canto lo que siento, me voy a morir por dentro. Y no hay peor forma de morir. El árbol muere, sus hojas mueren, el tronco muere, pero la raíz no muere. Hay un mal que aqueja a esa planta de ramas enredadizas que es el hombre, el egoísmo. He aquí de donde surgen y provienen la mayor parte de sus fallos. La obstinación genera individualismo, lo alimenta, lo acrecienta hasta que se torna una enorme bola de nieve que, cuando nos dimos cuenta, va rodando colina abajo, arrasando con cualquiera que se interponga en su camino. 
Yo fui ese árbol. Soy ese árbol torcido.
Pero ahora quiero limpiar de mi savia lo impío de ese mal.
No quiero alejarme del bosque, ni que el bosque se aleje de mí.
Quiero cambiar y que el bosque cambie conmigo.
Que no me talen de mi lugar.
Que me perdonen si ocupo con mi copa de hojas más lugar que el debido.
Dicen que nunca es tarde para volver a empezar. 

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