Pero desde que me la presentaron, irrumpió entre nosotras una especie de química especial. Y hace varios meses ya, que nos estamos conociendo. Que nos quedamos a solas en la habitación en completa oscuridad a no ser por las cuatro o cinco llamitas de vela que le dan luz a las melodías que fusionamos.
Un poquito más, día tras día, congenio mis dedos que se amoldan a su cintura brillante, recorren sus curvas exuberantes con el reiterativo miedo de quebrarla.
Me enseñaron a acariciarla, a tocarla. Tácticas que ni imaginaba y técnicas que requieren que no arañe como una fiera cada una de sus cuerdas. Hoy puedo entender lo maravilloso que puede ser el primer instrumento.
Para mi gran amor: mi guitarra.
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