tinta y pluma pa volar

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lunes, 7 de marzo de 2011

La niña, no tan niña, y su historia.


Llegó a su casa con feroces ganas de entibiarse bajo el rocío de la ducha de su baño. Extrañó su rutina veraniega impropiamente dicha. Pisó su morada, y se llenó de mixtas añoranzas. Acarició a su mascota, le hizo falta la dulzura incondicional característica de ese increíble animal.

El viaje de vuelta, había sido mucho más breve que el de ida, como de costumbre. Es que siempre la ida parece eterna, pero sólo parece. Sólo es la impaciencia de llegar disfrazada de tiempo.
Disfrutó el regreso junto a su perfecta y callada compañía, y una música que ella misma había escogido. Fueron días de campo para la muchacha que ya no se considera una nena. Le parecía que las cosas estaban tomando el curso de un verdadero adolescente. Experimentó y vivió. Nada de tecnología, tiempo de desconexión de ese mundo, ese que te hace mal pero tampoco tanto.



Inconscientemente, aprovechó ese tiempo para terminar de discernir cómo eran realmente sus amigas. Conocerlas una pizca más. Muchas veces pueden pasar uno, dos, cuatro, ocho años.. y no se termina de saber cómo es que son las personas en su esencia pura, ni siquiera las más cercanas. Siempre hay una sospecha y un estereotipo de cómo es cada ser, pero nadie nunca lo sabe concretamente.
Pero ella pudo sentirlo. Afianzó el amor y los lazos de amistad que siempre estuvieron a la vista u ocultos. Incorporó rápidamente el hábito de fumar, tabaco y otras cosas. De su pasado creía saber muchas cosas. Creyó que sabía lo que era estar loca. De repente se acordó de todas las canciones que mencionaban a la marihuana. 

El último fue un intenso y único crepúsculo. Acoplar el frío con el calor era posibles en su cuerpecito. Temblaba y se reía cantidades infinitas. No podía parar de dar vueltas.. cualquier ínfimo detalle era causante de enormes carcajadas descontroladas. Lapsos de tiempo. Baches. Confusión. Dudas y hasta reflexión.
Me confesó que por momentos tuvo miedo, y mucho, como nunca antes.
 Quizá le dio temor decirlo pero sentía que iba a dejar de pertenecer al mundo que la acobijaba.
 De repente oyó una voz que hacía referencia a convulsiones. No quiso asustar a nadie (o seguir asustando) ya que había oído algo acerca de llamar a sus engendradores y tuvo más miedo aún. Casi brindó agua salada en forma de llanto, pero se contuvo. No cesaba su vibración. Ni de sentir a flor de piel. Se puso impaciente; el curso de las cosas era demasiado extraño para ella. Además, el ambiente no era precisamente el más grato y deseable. Miró el reloj sucesivamente, quería rescatarse, pero las agujas no avanzaban tan rápido, aunque no tan lento. Todas querían ir a dormir. Excepto ella. Porque quién sabe qué podría pasar cuando sus células descansaran y sus ojos no estuvieran allí para vigilarlo todo. Dentro de su cabeza había un batifondo gigante. Todo estaba en movimiento allí dentro. Era un verdadero caos.
Tocó el cielo con las manos. No pensó nunca llegar a ese estado de éxtasis. Y jamás estimó que se podría sentir de tal manera. Cuando todo simulaba llegar a su fin, quiso compartir su experiencia, entonces, casi obligada fue a la cama. Quería esclarecer ciertas cuestiones que la tenían un tanto preocupada. Pero se le partió el corazón al verla así, un poco avergonzada, un poco triste y otro tanto decepcionada. Me dijo que nunca se perdonaría lo que le hizo a su callada compañía. Juró no repetirlo en su presencia, pues si había alguien que no lo merecía era ella. Le recordó la imagen de una madre perfecta; preocupada y lastimada. Con los ojos achinados vio todo con claridad. Y ahora comprende todo mejor.
En este momento se encuentra cómoda y sentada en su estar; tipea las palabras que su mente le susurra. 
No olvida ningún momento, ninguno se le escurre, o al menos eso trata. 

Las ama más que nunca y tiene una cajita en el interior de sus músculos que repite constante cada sonrisa compartida. Sólo amar con sus defectos y virtudes. Nadie es perfecto y la no tan niña lo sabe mejor de lo que la gente se imagina.

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