tinta y pluma pa volar

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martes, 28 de diciembre de 2010

Confluencia

Una noche, atípica o mejor dicho singular en todo un lapso de 365 días, y no tan calurosa como a las que mi cuerpo se acostumbró últimamente, me decidí. Dije sí, dejé de tenerle miedo a tu persona y decidí que dejarías de ser un artilugio para pasar a ser de carne y hueso (al menos durante ese crepúsculo) Cuando el momento ya se acercaba, de repente, unas especies de termitas más que mariposas, atacaron mi estómago. Tuve pánico a desintegrarme. Como si fuera poco, te hiciste esperar, como de costumbre. Pero inesperadamente surgiste de las sombras, tan fugaz, que no tuve tiempo a reconocerte. Los primeros instantes duraron tanto que aún puedo sentir la esencia de tu cuerpo contra el mío, que se impregnó rápidamente a mi nariz. Ese abrazo un tanto tímido, me hizo mantener la mente en ausencia de todo pensamiento, problema o mentira. Me invitaste a caminar. Y así fue. Caminamos, caminamos y caminamos a lo largo de una arboleda que parecía perenne. Hablamos sobre populares temas, con poca fluidez y con el nerviosismo propio de dos extraños que se ven obligados a entablar una conversación para no someterse a los incómodos silencios que probable e inevitablemente se generen entre dos casi desconocidos. Yo reía, como siempre, pero más que de costumbre, debo admitir que fue una táctica para ocultar mi intranquilidad. No paré de mover las manos en toda la noche. Lo mismo hice con mis pies (para ellos sí que fue una noche difícil de olvidar) Mientras el alba se imponía paulatinamente, ya el tibio sol descansaba sobre nuestras espaldas.  La noche desapareció entre pudorosas risas, miradas insostenibles, y charlas (o monólogos) en los cuales mientras tu boca bailaba al ritmo de tus correctas palabras, yo pensaba en otras tantas cosas. ¿Qué era lo que yo esperaba? ¿Mis expectativas? No podría afirmarlo con exactitud. Quizá cuando más se espera algo, más se apuesta a ese algo, las ganas de que todo sea mágico y soñado son tan grandes que si no llegan a concretarse la desilusión es tristemente enorme. Creo que no sentimos. Falló el deseo… esas incontenibles ganas de permanecer entrelazados mutuamente toda la vida (o por lo menos que la vida entera sea esa noche) Pensé que mi corazón se iba a detener de tal forma que respirar ya no sería un acto involuntario y me costaría hacerlo. El pavor de no tener esa sensación me invadió. Pero cómo no recordar el otro puñado de sensaciones. Junto a tu presencia me sentí custodiada, protegida, cuidada, a salvo, nada podría pasarme, no mientras tu presencia me escoltara. Y me extravié en tus ojos, como un extranjero en una desaprendida ciudad. Aproveché el tiempo y recorrí cada uno de los rincones de tu cuerpo, te inspeccioné de principio a fin. Y finalmente, en el umbral nos despedimos vergonzosamente. Pero en esa oportunidad tuve muy en claro qué era lo que quería. Lo que quería que hicieras, me dieras.. Y ahí estaba yo, cual niño que espera un dulce como postre después de haberse comido su odiosa porción de verduras. Y a esta niña, la dejaste sin recompensa. Simplemente te marchaste y todos los idiomas, lenguajes y fraseologías que dominabas fueron inútiles, pues no hubo forma de que me expresaras lo que sentías, así que no lo transmitiste con el esperado beso. Ahora... ¿qué hacer con lo que tengo dentro? A lo mejor tengo que creerme la frase que siempre te digo, tendré que dejar que todo fluya, “dejar que mi destino lo maneje la suerte” o que nos crucemos por casualidad y que las cosas resulten como el destino guste.
Que sea lo que sea… 

1 comentario:

  1. =), estaba leyendo blogs y de casualidad por que tenemos en común la bersuit vi el tuyo =) , bueno solo decirte que me encanta esta entrada, si queres pasate por el mio www.locurasdeunenamoradoempedernido.blogspot.com , un gusto

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