Delicada la ventana
alberga un tiritar suave
y una flauta dulce invita a mover la pollera
sosteniéndola de un lado, arroyándola del otro,
levantándola para mojar los pies en el río.
La calma ignora el peligro que le caben a los pliegues de su pollera y la pollera ignora la tibieza de un cuerpo a medio hacer.
Se moja y humedece, se seca entre las flores y no se apura por volverse a mojar.
La danza es lenta o es otra cosa, el fuego es lento o quema.
A cada paso su ritmo y a cada ritmo su paso
porque no se puede bailar chacarera con alpargatas tangueras.
La libertad tiene su orden y cada belleza armonía. El río, los pies, el ritmo
se inscriben todos juntos en la misma nota.
Se condensa el humo y se transforma el paisaje,
el color es ambiguo, la mirada también.
Se sigue bailando y el fruto es el sexo y el sexo es el mundo
que suspira y respira a cada estrella una nueva constelación.
Y otra vez, el mundo alberga al río y la montaña a la estrella
y los pies y la danza se funden en un todo distinto,
la danza ya no es mía ni ajena,
la danza es una fuerza que mueve al mundo,
la danza está en cada pie y en cada mano que juega a encontrarse
cada humano (buscándose) las venas son los ríos,
pero esa ya es otra historia
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