tinta y pluma pa volar

tinta y pluma pa volar

domingo, 24 de mayo de 2015

Curtains

Un tango azul y sereno, negro, oscuro,
se define en su circularidad melancólica
me lleva a recorrer las calles de mi vida,
a inundarlas de llanto de vez en cuando.
En uno de esos callejones, como pasadizos secretos,
me abrumo de luz y de verdad,
es como un resplandor repentino y fugaz
que me camina los adoquines húmedos del cuerpo.
Maravillosa experiencia, que nunca sé cuando culmina,
me encuentro acurrucada y piadosa
tolerando mi propia diferencia,
porque uno nunca logra domesticarse del todo
uno siempre toca las mismas notas,
uno siempre piensas las mismas cosas.
Lo circular del tango se extrapola a todas las aristas de mi vida,
a los cimientos mismos del ser,
a todas las estructuras propias del canto humano,
y a la vida se la puede bailar con vestido corto,
seduciéndola, franeleando sus múltiples posibilidades
y conjurando condicionales,
de a ratos, de a saltos, interrumpiéndola para luego
continuar jugándola a la vida.
Y es un juego que no se pierde sino al final del camino y,
sin embargo, aun bajo tales circunstancias,
deberíamos,
más bien,
concebirla como una nueva transformación,
como una nueva apertura del ser,
un nuevo modo de decodificar un mismo mensaje.
Ruptura, hiato.
El final de la vida es una nueva ramificación que surge del mismo árbol del que una vez se marchitó.
Son las hojas de la vida las que cambian, las que se dan vuelta las unas a las otras,
a cada estación del año, en cada año que se estaciona en la puerta de mi casa.
Lentas, paultinas y románticas las hojas cambian, en un trance del rojo al amarillo,
y aunque creamos ser conscientes del cambio,
la propia dinámica nos acompleja descentrándonos del mundo,
relegándonos al confín más tardío del abismo espacial.
Porque a lo lejos del Universo, casi al final del recorrido,
una imagen en blanco y negro vibra con todas las fuerzas del viento
como un mantra
que no vemos en ella más que sincronía y estatismo.
La encerramos y no somos otra cosa que analfabetos visuales.
Creemos que la imagen no cambia y eso nos entristece enormemente.
Lo abstracto de las palabras nos conmueve y decepciona a la vez,
nos vuelve pequeños seres
de grandes ilusiones
de grandes recuerdos,
hacedores de amores y dolores,
de caricias y moretones,
de melodías y silencios.
Pero la gracia de la tinta que se vuelca en el papel
es ir desenvolviéndose en la hoja
malgastándose, yendo sólo hacia adelante.
Porque las palabras no cambian los hechos,
¡escuchenme!
la voluntad, no puede nunca,
 nunca
pero nunca
influir en la materialidad objetiva.

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