tinta y pluma pa volar

tinta y pluma pa volar

jueves, 6 de diciembre de 2012

Como las nubes..

Por alguna extraña razón, cada vez que cuento mi historia en tercera persona, se me anuda en la garganta un bolo de sensaciones. 
Llegué a terapia 15 minutos tarde con el temor de que fueran descontados del tiempo total (afortunadamente no ocurrió) Leí la autobiografía en voz alta.
Escuchar es importante, pero siempre pensamos que escuchar tiene que ver con el otro, con prestar un oído, con aconsejar a alguien más. Y muchas veces, es tanto o más necesario, escucharse a uno mismo.
Por vez primera, hoy me escuché. Y créanme que es muy fuerte oír el relato de uno mismo, emanado de su propia voz, sólo que narrado para otro. Es ése el motor de la reflexión  porque que te escuchen y que uno mismo se escuche... ambas son iguales de importantes; pesan lo mismo en la suerte de balanza que equilibra sentimientos y pensamientos.

Si hay algo que me gustaría entender de mi, es el desborde que me provoca el estado de "paciente" No hay excepción, nunca. Siempre que me siento en el sillón para hablarle a un psicólogo, inevitablemente me desbordo. La voz me tiembla, los ojos me lagrimean y reprimo esas ganas de llorar tan vehementes. No sé por qué lo hago.
Sin embargo, no es algo de lo que pueda alardear o presumir, es más, todo lo contrario. Me avergüenza el no poder estallar en lágrimas en frente de un tercero. Será que me siento expuesta, desnuda. Así como una cebolla que llega al final de cada una de sus capas.
(sólo que la diferencia es que la cebolla te hace llorar aunque no quieras) Probablemente, eso sea lo que me de miedo.
Hoy me dijeron que llore, que llore como las nubes lo hicieron toda la tarde, como el cielo gris de hoy.
Es cierto, no hay cosa más liberadora. Y no puedo decir que es una mera cuestión de preferencia, o gustos, porque estaría mintiendo. No puedo llorar ni a solas conmigo misma. Es raro. Es también raro que te analicen y llegar, de repente, en terapia, a conclusiones que vos, solito, no pudiste. Pero es lindo también saber que con la mano o el oído de alguien más, se pueda estar mejor. Creo que no debe de haber nada más gratificante en este Planeta que el hecho de serle útil desde lo que te apasiona a otra persona. Eso es para mi un psicólogo, quien presta una ayuda desde un punto de vista académico. Sino, psicólogos seríamos todos cuando escuchamos a nuestros amigos.

Y por alguna otra extraña razón, me siento más liviana cuando termino una sesión, con la mochila menos pesada. Vaya a saber uno por qué.
Y hasta a veces (puede que sea una mera impresión mía) creo haberme infiltrado, así como de contrabando, un poquito al menos en el corazón del terapeuta. No es que sea esa mi intención, ni mucho menos, pero debe de ser difícil también escuchar las 24 horas del día a un desfile de gente desbordada que no sabe qué hacer con su vida. Y erróneamente recurre a un psicólogo con la idea de que es el Dios personalizado que ha de salvarlo.
No soporto esas ideas generalizadas. Hacer terapia es construir, no exponer y que resuelvan tus asuntos. Es llegar a un puerto y anclar ahí posibilidades.

Ahora, sentada, acá escribiendo me ataca la idea de que éstos son los momentos en que soy yo misma. En los que no existen las agujas del reloj y no me apresura el porvenir. 

Sinceramente, no sé qué es. Pero está ahí, imperceptiblemente y dentro mío. En algún rincón de esta Ilenia está agazapado ese amor incuestionable hacia la psicología.

No hay comentarios:

Publicar un comentario