Creo que tu nerviosismo y el mío reflejan lo que no podemos ver a simple vista.
Creo que afortunadamente todavía conservamos la chispa del fuego que se encendió el pasado diciembre.
Creo que quiero robarme toda tu atención a cualquier hora del día.
Creo que estoy loca cuando me parece escuchar tu voz y no estás cerca.
Creo que nunca voy a lograr vencer la omnipotencia de tu mirada.
Creo que tus ojos son la octava maravilla.Creo que mi amor tiene sus fronteras más lejos de lo que yo creía.
Creo que hoy sos todo lo que me hace falta en el mundo.
Creo que estoy enamorada.
Un blog, mi blog. El punto en el que, principalmente, descargo mi catarsis del mundo globalizado, ese que nunca para.. Por eso, cuando entro acá, encuentro la manera de desconectarme y que mi mente divague con o sin razón. Alguna vez te debe haber pasado. Bienvenido a este mundo de locuras peligrosas.
tinta y pluma pa volar

jueves, 19 de abril de 2012
lunes, 16 de abril de 2012
Duelen las manos de tanto tirar de la soga.
Considero uno de los valores más preciosos poder dar la cara e ir de frente, aunque quizás sea cruda y vaya sin tapujos.. pero es parte de mi idiosincrasia. Y no quiero decir que por eso no me encuentre dentro del marco de lo sutil, pero hay decisiones en las que el hombre debe hacerle honor a su naturaleza y así, sin más, imponerse. No a la fuerza, si dejando en claro qué es lo que se quiere. Las vueltas mejor dejarlas para la calesita. El tiempo es valioso y hay que tratar de salvarlo siempre que sea posible. No sirve de nada postergar la verdad. No sirve de nada mentirse a uno mismo porque inherentemente esto lleva, a la larga o a la corta, a mentirle a los demás.
A veces me siento la médula espinal de mi grupo, la que se lleva consigo la gloria pero también la que cultiva la peor de las furias. Capaz de desatar tempestades en una centésima de segundo, como capaz de cosechar el más primaveral de los amores. Y no es de narcisista ni de mujer ego, es simplemente una sensación. Las sensaciones tienen márgenes enormes de error, y yo no estoy exenta de ellos. Cuando juego claro y sin trampas, con todas las cartas sobre la mesa, me va mal. Aunque me queda el consuelo de que al menos, tengo las manos limpias.
Soy impulsiva, no medito mis palabras antes de hablar y probablemente sea eso lo que me juegue en contra. Prefiero mostrarme tal cual y como soy para que al que le guste bien y al que no, que sepa de movida a quién tiene en frente. Pero si hay algo que no entiendo es cuál es la necesidad de guardar y archivar cual biblioteca los sentimientos propios, en vez de manifestárselos al ser involucrado en cuestión. La mayoría de las veces quedan pegados terceros a esta fotocopia de la vida. Gente que si bien no son innecesarios porque los consejos no se sacan de la galera, así como tampoco las opiniones; pero gente que queda más adentro del tema que uno mismo.. Será por esto que detesto tener que ir por la vida con mi anzuelo, pescando los sentimientos de la gente. Gente a la que hay que estarle encima para que abran su boca y digan qué es lo que se les pasa por la mente.
Aprendí que discutir no es sinónimo de problema, pero que si ésto no se armoniza a tiempo puede desembocar en un caos. Lástima que no comparta dicha concepción con demasiados.
Delito no es cambiar de parecer, delito no es hablar las cosas como personas se supone están próximas a la adultez.
Ellas no me entienden, me tildan con adjetivos que no justifico. No me oyen, sólo me escuchan en el sentido literal sin llegar a tocar la profundidad de lo que les digo. Lejos estoy de ser víctima, así como tampoco acepto los cargos de victimario. Pero cerca estoy de ser una persona, tengo derecho a elegir mi ruta de camino y con quién quiero compartirlo. Un viaje no es el fin de nada, es el principio de todo. Y como ya dije volvería a hacerlo una y otra vez, no por testaruda, sí por madura. Hacer lo que quiero, diferir de la corriente, quiero decir que soy capaz de ponerle un límite a lo que los otros quieren para mi, y me alegra poder decir que así sea.
La gente cambia y es inútil seguir tirando sola de la soga, al fin y al cabo, no se puede estar bien con Dios y con el diablo.
A veces me siento la médula espinal de mi grupo, la que se lleva consigo la gloria pero también la que cultiva la peor de las furias. Capaz de desatar tempestades en una centésima de segundo, como capaz de cosechar el más primaveral de los amores. Y no es de narcisista ni de mujer ego, es simplemente una sensación. Las sensaciones tienen márgenes enormes de error, y yo no estoy exenta de ellos. Cuando juego claro y sin trampas, con todas las cartas sobre la mesa, me va mal. Aunque me queda el consuelo de que al menos, tengo las manos limpias.
Soy impulsiva, no medito mis palabras antes de hablar y probablemente sea eso lo que me juegue en contra. Prefiero mostrarme tal cual y como soy para que al que le guste bien y al que no, que sepa de movida a quién tiene en frente. Pero si hay algo que no entiendo es cuál es la necesidad de guardar y archivar cual biblioteca los sentimientos propios, en vez de manifestárselos al ser involucrado en cuestión. La mayoría de las veces quedan pegados terceros a esta fotocopia de la vida. Gente que si bien no son innecesarios porque los consejos no se sacan de la galera, así como tampoco las opiniones; pero gente que queda más adentro del tema que uno mismo.. Será por esto que detesto tener que ir por la vida con mi anzuelo, pescando los sentimientos de la gente. Gente a la que hay que estarle encima para que abran su boca y digan qué es lo que se les pasa por la mente.
Aprendí que discutir no es sinónimo de problema, pero que si ésto no se armoniza a tiempo puede desembocar en un caos. Lástima que no comparta dicha concepción con demasiados.
Delito no es cambiar de parecer, delito no es hablar las cosas como personas se supone están próximas a la adultez.
Ellas no me entienden, me tildan con adjetivos que no justifico. No me oyen, sólo me escuchan en el sentido literal sin llegar a tocar la profundidad de lo que les digo. Lejos estoy de ser víctima, así como tampoco acepto los cargos de victimario. Pero cerca estoy de ser una persona, tengo derecho a elegir mi ruta de camino y con quién quiero compartirlo. Un viaje no es el fin de nada, es el principio de todo. Y como ya dije volvería a hacerlo una y otra vez, no por testaruda, sí por madura. Hacer lo que quiero, diferir de la corriente, quiero decir que soy capaz de ponerle un límite a lo que los otros quieren para mi, y me alegra poder decir que así sea.
La gente cambia y es inútil seguir tirando sola de la soga, al fin y al cabo, no se puede estar bien con Dios y con el diablo.
domingo, 1 de abril de 2012
Historias de bondi.
Era uno de esos días de agotamiento y sudor prolongado durante muchas horas. Espeso y grasiento sudor suspendido desde muy tempranas horas.
Era una de esas tardes en las que se vuelve ansioso el llegar a casa luego de una larga jornada aunque agradable, apacible y productiva.
Así subí al colectivo, rogando toparme con un asiento vacío en el cual pudiera sentarme. El viaje, como todos los que suelo hacer, era de un poco más de media hora por reloj. Pero lo que más me irritaba era el tedioso tránsito que se caracteriza por permitirle al transporte avanzar un promedio de 3 cuadras por minuto. Aún así, entre tanto congestionamiento vehicular, quedaban algunos lugares vacíos (aunque no muchos) para que yo pudiera descansar la dolida médula espinal que gemía silenciosa con el agravante de haber sufrido apenas horas antes un tremendo golpe, consecuencia de la caída de una escalera.
Se sentó a un par de metros de la puerta de subida. Ojeó a su alrededor como de costumbre, por inercia, a las personas que tenía próximas a ella. Hizo un ploteo general con su mirada, acompañado de un sutil movimiento con su cabeza y así se topó con una mujer de no más de 28 años de edad, cuyo enrulado pelo corto y castaño claro parecía casi rubio por los rayos del sol que penetraban por la ventanilla. Sus ojos grandes, enormes, tan azules como un zafiro de esos que se venden a precios carísimos en las joyerías; se esforzaban inútilmente en contener las lágrimas que le salían con un flujo impresionante ¡Era tan bonita! Y sin embargo, allí estaba ella, envuelta en un llanto de tristeza, que emanaba el dolor del más puro y profundo carácter, que estaba muy lejos de ser bronca, odio o algún otro sentimiento por el estilo.
Quise ayudarla, pero no supe cómo. Es más, creo que cuanto más trataba de evitar que mi vista recaiga en su figura para que no se sintiera observada, peor era.. porque inexplicablemente mi indomable y rebelde mirada terminaba siempre lanzándole un vistazo.
Quería decirle que no merecía la pena que llorasen unos ojos tan hermosos, que eso era casi un pecado.. pero, no obstante, me contuve. Tuve miedo de herirla aún más o que ahora adjuntara gritos a su húmedo concierto de lágrimas. Así que cuando advertí que no portaba pañuelitos descartables, súbitamente encontré una excusa para acercármele. Saqué unas servilletas del bolsillo de la mochila y, esbozando mi más complaciente sonrisa, extendí la mano para entregárselas.
Me devolvió el gesto con un "gracias" realmente agradecido pero tembloroso, y otra sonrisa casi tan linda como sus ojos. Me dio la mágica impresión de que en ese momento se sintió menos sola, extrañamente acompañada.
Era una de esas tardes en las que se vuelve ansioso el llegar a casa luego de una larga jornada aunque agradable, apacible y productiva.
Así subí al colectivo, rogando toparme con un asiento vacío en el cual pudiera sentarme. El viaje, como todos los que suelo hacer, era de un poco más de media hora por reloj. Pero lo que más me irritaba era el tedioso tránsito que se caracteriza por permitirle al transporte avanzar un promedio de 3 cuadras por minuto. Aún así, entre tanto congestionamiento vehicular, quedaban algunos lugares vacíos (aunque no muchos) para que yo pudiera descansar la dolida médula espinal que gemía silenciosa con el agravante de haber sufrido apenas horas antes un tremendo golpe, consecuencia de la caída de una escalera.
Se sentó a un par de metros de la puerta de subida. Ojeó a su alrededor como de costumbre, por inercia, a las personas que tenía próximas a ella. Hizo un ploteo general con su mirada, acompañado de un sutil movimiento con su cabeza y así se topó con una mujer de no más de 28 años de edad, cuyo enrulado pelo corto y castaño claro parecía casi rubio por los rayos del sol que penetraban por la ventanilla. Sus ojos grandes, enormes, tan azules como un zafiro de esos que se venden a precios carísimos en las joyerías; se esforzaban inútilmente en contener las lágrimas que le salían con un flujo impresionante ¡Era tan bonita! Y sin embargo, allí estaba ella, envuelta en un llanto de tristeza, que emanaba el dolor del más puro y profundo carácter, que estaba muy lejos de ser bronca, odio o algún otro sentimiento por el estilo.
Quise ayudarla, pero no supe cómo. Es más, creo que cuanto más trataba de evitar que mi vista recaiga en su figura para que no se sintiera observada, peor era.. porque inexplicablemente mi indomable y rebelde mirada terminaba siempre lanzándole un vistazo.
Quería decirle que no merecía la pena que llorasen unos ojos tan hermosos, que eso era casi un pecado.. pero, no obstante, me contuve. Tuve miedo de herirla aún más o que ahora adjuntara gritos a su húmedo concierto de lágrimas. Así que cuando advertí que no portaba pañuelitos descartables, súbitamente encontré una excusa para acercármele. Saqué unas servilletas del bolsillo de la mochila y, esbozando mi más complaciente sonrisa, extendí la mano para entregárselas.
Me devolvió el gesto con un "gracias" realmente agradecido pero tembloroso, y otra sonrisa casi tan linda como sus ojos. Me dio la mágica impresión de que en ese momento se sintió menos sola, extrañamente acompañada.
Pasaron los minutos y sacó de su mochila un cuaderno y una lapicera. Supuse que iba a escribir algo a modo de desahogo. Muchas personas recurrimos a este método para alivianarnos un poco el peso que llevamos dentro, especialmente cuando las cosas no andan del todo bien. No pude ver si efectivamente estaba escribiendo, pero tampoco me interesó demasiado entrometerme. No quería volver a intimidarla, así que sólo dejé que hiciera lo que quiesiese y entonces me costó un poco menos evitar su examinación.
Ya casi estaba llegando a casa, cuando el silencio del colectivo se rompió con el brusco arranque de la hoja de su cuaderno. Instantáneamente me la entregó, me reiteró su agradecimiento y volvimos a hacer un trueque de sinceras sonrisas que pueden llegar a hacerlo llorar a uno de emoción, si es que se encuentra un poco sensible.
Se bajó del colectivo con cierta prisa, aunque no apurada.
Ya casi estaba llegando a casa, cuando el silencio del colectivo se rompió con el brusco arranque de la hoja de su cuaderno. Instantáneamente me la entregó, me reiteró su agradecimiento y volvimos a hacer un trueque de sinceras sonrisas que pueden llegar a hacerlo llorar a uno de emoción, si es que se encuentra un poco sensible.
Se bajó del colectivo con cierta prisa, aunque no apurada.
Perpleja, me quedé observando lo que yo suponía un escrito. Pero para mi sorpresa, era un dibujo.
Un dibujo que siempre que vea, va a estar cargado de historia. Que no importa cómo, siempre me va a transportar hacia aquella tarde de marzo, en la que el agotamiento físico se hizo más leve y tolerable con la reconfortación que da haberle arrancado un trocito de alegría, por más mínimo que sea, a esa mujer de corazón tibio y ofuscado.
Las flores que se esconden,
las hojas crujientes y amarillas que vuelan por la vida.
El chocolate con leche, el blanco y el amargo,
acompañan al frío que todavía se hace esperar.
Los parques que son testigos de los amantes,
así como las bufandas que expropian fragancias ajenas;
absolutamente todo a nuestro alrededor
se conspira para que no tengamos nunca más soledad.
se conspira para que no tengamos nunca más soledad.
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