tinta y pluma pa volar

tinta y pluma pa volar

miércoles, 26 de enero de 2011

Yeta.

Tuvimos la brillante idea de hacer algo creativo. Queríamos un regalo con una huella personal, propia, particular. Teníamos la ilusión de que quedaras fascinada. Mi compañía en este proyecto, que es virtuosamente nata para este tipo de cosas, y yo que no me llevo muy bien con las manualidades, emprendimos este primer intento de agasajo artístico. Con la excitación característica de la primera vez, empezamos a obrar tu regalo. La primer noche no nos fue muy bien, desistimos. Luego.. nos pusimos las pilas, más yo que ella, y no nos paró nadie. Semanas cultivando el original obsequio. Un poquito un día, un poquito otro. Recuerdo que la impresora no dejó de funcionar ni un segundo mientras duró la obra de aquél presente.  Los marcadores le regalaron infinita tinta a ese cuaderno. La plasticola quedó reducida a sólo un cuarto de lo que era. La tijera, constantemente en movimiento, no paraba de bailotear sobre las hojas de colores. Y así el tiempo pasó, pero yo seguía enfrascada. La imaginación estuvo de mi lado. No paré de agregarle frases, imágenes y recortes hasta la misma mañana de la entrega.
Había llegado el día. Justo antes del encuentro, el sofocante infierno en que se había convertido la ciudad, rompió en una breve pero intensa tormenta. De todas formas, eso no era un inconveniente, yo iba a ir "llueva o truene" simplemente esperaría a que el clima se apaciguase.  Mi pelo y yo no estábamos de humor para recibir ningún tipo de aguacero.
 Unos minutos después, tomé el cuaderno (no podía tragar que estuviese listo por fin) y busqué una bella bolsa de regalo. Mágicamente encontré una en mi casa. Era roja, roja pasión, sin ningún tipo de escritura. Era sencillamente perfecta. 

Y allá iba yo, con el cuaderno dentro de la bolsa de regalo.. pero tenía la impresión de que le faltaba algo. Necesitaba un detalle más. Entonces se me ocurrió parar en un kiosco a comprar golosinas, porque a todos (casi) nos gustan los dulces. Nadie se niega a los caramelos, las monedas de chocolate, los chupetines. Así que me gasté todo el dinero que tenía, que no era mucho, en ellas. Ahora sí, el regalo estaba completo. Satisfecha, emprendí el camino hacia la parada del 85. Con la bolsa sujetada fuertemente de la mano derecha, observé que el pavimento aún estaba mojado. Quedaban aún, mugrientos y sucios charcos que aguardaban la luz del sol para desaparecer. 
Pero ahí estaba yo, feliz hasta que por (puta) sorpresa la bolsa se desfondó. Me paralicé al ver que todo lo que había en ella, había caído sobre uno de esos roñosos charcos. Los dulces había desaparecido en la inmensidad del agua negra y estancada, pero lo peor era lo que le había sucedido al cuaderno: estaba todo mojado. Tardé unos instantes en reponerme, hasta que pude reaccionar. Me agaché despaciosamente, con la cautela de una joven que llega a su casa a i
ndebidas horas de la noche y abre la puerta con suma delicadeza para que sus padres no la adviertan. Tenía miedo. Cuando lo tuve en mis manos y lo abrí, no pude evitar  el hecho de no romper en llanto.
Todo lo que había garabateado con los marcadores, se había corrido por esa maldita agua inmunda, las imágenes se habían decolorado. Se había hecho una especie de mezcla entre imágenes y frases y muchas cosas ya no se entendían. La cólera se fusionó con impotencia, y ambas me invadieron rápidamente. Junté el cuaderno y los escasos caramelos que no se habían mojado (que con suerte fueron 7 u 8) y prácticamente corrí hacia el colectivo que estaba llegando. Me subí con la fuerza propia de un luchador, e  inmediatamente seguido a sacar el boleto me abalancé sobre un asiento en el fondo, al lado de la ventanilla, y apoyé mi saturada cabeza sobre los empañados vidrios. Lloraba. La gente me admiraba como si llorar fuese una acción anómala e inhumana, cuando en realidad es uno de los sucesos más corrientes del universo. Se llora de felicidad, se llora de tristeza, se llora de bronca, se llora por innumerables razones. Como si las lágrimas no fueran lo que son, la sangre del alma.
Sentí que todo el afán, esfuerzo y dedicación que había puesto en ese cuaderno durante un lapso de casi tres semanas, habían sido absolutamente inútiles.. al pedo. Desanimada, creí que ni siquiera valía la pena entregártelo. Pero era tarde para regresar, estaba sobre el colectivo y ya había tomado el compromiso de dártelo ése día. Sabía que estabas ilusionada. Además, de no haber ido hubiera parecido una broma.

Al llegar, te lo entregué pudorosa. Y me di cuenta de algo (además de que el cuaderno había quedado hecho pija) pude percatarme de que tengo la amiga más buena de todas. Porque a pesar de que el regalo estuviera arruinado, miraste más allá de esas  manchas y pudiste ver todo lo lindo que el regalo encubría tras esa atroz apariencia. Te encantó lo que escribí, te reíste y me abrazaste. Y eso fue suficiente para que yo me dejase de sentir mal por esa desdicha y una sonrisa se pintó en mi rostro al ver tu indiferente alegría.
Pude comprender que tu amistad es un tesoro invalorable que no tiene precio, que no puedo comprar y que me das gratis.. Que no importa a donde nos lleven nuestros sueños o qué estrella nos alumbre.
 Siempre vamos a estar unidas, corazón a corazón, sin importar el tiempo ni el espacio..  Vos tenés algo de mi.. Yo tengo algo de vos..
 Y así vos y yo formamos un círculo perfecto, que no tiene principio y nunca tendrá fin.
Te quiero Ju.

1 comentario:

  1. Se me cayeron unas lagrimitas al final.
    Sos una persona increible, ambas lo son ♥

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