en el rincón derecho del último cuarto del piso más alto.
Subo rápido a ver si te encuentro,
pero lo único que encuentro es al cobarde y valedero de tu coraje,
al que no querés desperdiciar,
¿es el incierto acaso el que te seduce,
o será,
tal vez,
el temor al mimbre?
No quiero anularte, pero no me dejás otra opción, mi querido.
No me revuelvas en la sopa,
no vas a encontrar nunca más las letras de mi nombre.
Tragate la sopa
solo,
comete las letras,
golpeate la paleta izquierda con la cuchara y sentite solo por no poder compartir esa inocente risa conmigo.
Comete cada una de las letras de mi nombre
una y otra vez, buscalas en la olla
y meditá, mi amor, cuál es el sabor de mi cuerpo,
cuerpo al que no conociste,
cuerpo que siempre estará abierto para vos
pero cerrado si decidiste no entrar.
No quiero desecharte pero no quiero seguir guardándote, ocupás espacio inútilmente
cargo tu peso
también inútilmente
¿para qué? ¿para que te sigas llenando de polvo dentro mío, junto a todos los recuerdos que ya no son?